Hace poco, una amiga que también es terapeuta me preguntó cómo podía conectar con lo espiritual en su vida, y esa pregunta llamó mi atención. Decidí tomármela como un reto, la sembré dentro de mí y la llevé conmigo unas semanas, esperando que algo germinara de ella. Poco a poco, vi la respuesta reflejada en diferentes experiencias: en la música durante los conciertos, en momentos clave de algunas películas y en situaciones críticas que he vivido.
Esta es una versión de la carta que le escribí de vuelta. Fue carta porque es el tipo de comunicación que más se me facilita; imagina que aún no existiera el celular ni el correo electrónico, y entonces me tomo el tiempo para escribir a la gente que quiero cuando estoy lejos.

Ayer asistí al concierto de Explosions in the Sky. Aunque hace años que no los escuchaba, su música me transportó a un momento crucial de mi vida, cuando tenía 21 años. First Breath after Coma fue la apertura, y al escucharla, me vi de nuevo acampando en Chacahua, bajo un cielo tan estrellado que parecía infinito. Era como si el universo me hablara, mostrándome un sentido más profundo, algo más allá de lo cotidiano. Por primera vez, sentí gratitud por estar donde estaba y por ser quien era.
Ayer, ese mismo sentimiento de inmensidad volvió a inundarme. Hay música que es simplemente una reverencia al universo.
Como terapeuta, me encuentro constantemente con personas atrapadas en su sufrimiento, en vacíos existenciales donde nada parece tener sentido. Muchos buscan respuestas rápidas o soluciones inmediatas, pero a menudo lo que realmente necesitan es algo que vaya más allá de lo racional y lo práctico. Necesitan una conexión con algo más grande, algo que les permita sostenerse cuando sienten que el suelo se desmorona bajo sus pies.
En mi vida, he comprobado cómo confiar en algo más grande —ya sea en una fuerza superior, en la bondad inherente del universo o en un propósito mayor— es una herramienta fundamental para navegar por el dolor. Recuerdo que hace más de seis años, mientras practicaba meditaciones de Joe Dispenza, me enfocaba en la imagen de la vida armoniosa que quería crear, una vida con una familia estable y amorosa. En ese momento no lo sabía, pero lo que hacía era rezar.
Semanas después, mi matrimonio se desmoronó, y aunque la noticia cayó como un meteorito, sentí una certeza casi divina: mi familia no sería con él, y este era el camino más corto hacia el lugar donde debía y deseaba estar. Fue como si, aunque me derrumbara, algo me sostuviera, y abrí los ojos a "mi first breath after coma". Ese momento me mostró que, aunque no siempre tengamos el control, existe una fuerza que nos sostiene, si estamos dispuestos a confiar.
Hace unos días vi la película No te preocupes, no caminará muy lejos, dirigida por Gus Van Sant. El protagonista, John Callahan, queda paralizado después de un accidente, y atraviesa un proceso de sanación emocional que comienza cuando reconoce que no puede hacerlo solo. En Alcohólicos Anónimos, aprende a aceptar su impotencia y a confiar en un Poder superior. Ese segundo paso de los 12 Pasos —“Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio”— me recordó que, para sanar, muchas veces tenemos que reconocer que no estamos solos. Hay algo, o alguien, que nos sostiene en los momentos más difíciles.En mi carrera, comencé explorando los fundamentos del psicoanálisis, buscando en el inconsciente las raíces de los problemas de mis pacientes (y los míos). Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que, aunque entender las dinámicas familiares disfuncionales es crucial, no siempre es suficiente. Muchas veces, las personas necesitan algo más.
La espiritualidad no es necesariamente religiosa. No se trata de dogmas ni de creencias específicas. Para mí, es ese llegar a la cima de una montaña, mirar el horizonte y sentir que, a pesar de todas las dificultades, hay una belleza que trasciende todo lo que me preocupa. Es esa sensación de alivio y gratitud que se experimenta después de una práctica de yoga, cuando el alma parece regresar a mi cuerpo. Es saber que, aunque no tengamos todas las respuestas, podemos confiar en que el universo tiene un propósito mayor.
Nuestra tarea como terapeutas es guiar a las personas hacia esa posibilidad. No podemos enseñar fe como una técnica, pero podemos invitar a nuestros pacientes a experimentar esa conexión por sí mismos, ya sea a través de la naturaleza, la música o incluso sus momentos más difíciles. De alguna manera, nuestra labor es ayudarles a encontrar esa first breath after coma, ese respiro que les permita ver la luz al final del túnel.
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