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Train Dreams y la fragilidad humana en la era de la IA

  • Foto del escritor: Daniela Moscona
    Daniela Moscona
  • hace 2 días
  • 4 Min. de lectura

Train Dreams es una película que sigue la vida de un hombre en un entorno rural a principios del siglo XX, un hombre que pierde a su esposa y a su hija en un incendio y pasa el resto de su vida tratando de entender ese dolor.


La película es una mirada a nuestro pasado, un retrato de lo que somos como humanos. La vida en el campo, y la vida antes en general, era estar mucho más claramente a merced de la naturaleza, de los ciclos vitales, de las estaciones. Siempre a unos pasos de la pura supervivencia.


Los cambios en el paisaje y la necesidad de cazar para comer hacían que la muerte estuviera integrada al día a día. Las personas eran más humildes respecto a su presencia en la tierra: sabían que eran apenas un punto frente a una fuerza infinitamente más grande, y que esa fuerza, además de descomunal, era terrorífica.


Cuando vivíamos dentro de los ciclos de la naturaleza no la idealizábamos. Había belleza, sí, pero también una atención constante y, muchas veces, miedo. La naturaleza no era este concepto edulcorado de la actualidad que es a veces reducido a un paisaje que uno observa, era la fuerza superior que en cualquier momento podía acabar contigo.


Quiero hablar de lo que me hizo sentir Train Dreams, y usar esa sensación como excusa para pensar en algo más grande: lo humano frente a lo tecnológico, especialmente en el contexto de la psicoterapia.


Pensemos en dónde estamos ahora, en 2025: nos estamos fusionando con la tecnología. En nuestros cuerpos hay anillos y relojes que nos dicen cómo dormimos, cómo nos sentimos y casi qué necesitamos; estamos perdiendo aún más la intuición. Pero lo que quiero abordar específicamente es el tema de los modelos de inteligencia artificial. ChatGPT es un modelo estadístico diseñado para generar lenguaje a partir de regularidades aprendidas en cantidades masivas de texto. No “comprende”: identifica patrones, anticipa continuidades y organiza relaciones posibles entre palabras. Su arquitectura permite producir discursos coherentes. Para mí es una herramienta útil, fascinante y, sobre todo, divertida. Me entretienen sus errores, sus predicciones falsas o, como algunos las llaman, sus “alucinaciones”. Me es muy útil su manera de recopilar toda la información que le doy e integrarla en el tiempo.

Me gusta muchísimo como buscador sobretodo como cuando le digo dame una lista de todos los autores que han hablado de pérdida en el contexto clínico en los últimos 10 años. Me da una lista, me inventa algunos por supuesto, otros si son acertados. Al menos me da un mapa para yo después investigar.


Me interesa cómo este tipo de herramientas van a desplazar oficios, formas de relacionarnos e industrias enteras. Como no soy un modelo de lenguaje con acceso a cantidades inmensas de información para hacer predicciones, no voy a decir qué pasará exactamente con la psicoterapia. Pero sí puedo decir qué podrá hacer ChatGPT por nosotros y, sobre todo, qué no podrá hacer.


Para eso quiero volver a Train Dreams. Si resumiera la historia en pocas frases, diría que la vida es tan bella como frágil, que lo bonito dura poco, que pasa muy rápido y que nuestras pérdidas son devastadoras. Todo cambia; nada nos pertenece; estamos a merced del tiempo, de las estaciones, del desgaste y del cuerpo. Antes no idealizábamos la naturaleza: entendíamos su crudeza porque vivíamos dentro de ella. Train Dreams nos devuelve esa mirada.


Y ahí surge la pregunta: ¿qué nos hace humanos? ¿Qué tiene esta historia que ninguna máquina puede replicar?


Que el duelo, el amor, la pérdida, el paso del tiempo y el deterioro del cuerpo no son conceptos: son experiencias encarnadas. Eso es lo humano: el cuerpo. Los afectos del cuerpo, el hambre, el deseo, la falta, la muerte. El dolor de las heridas. Y, claro, también el amor.


Voy a decir algo que parece obvio, pero a veces es necesario recordarlo para llegar a un punto: ChatGPT no va a morir. Nosotros sí.

Un sistema matemático que predice lenguaje no entiende lo que significa preguntarse “¿a dónde se fueron los años?” (frase de la película)mientras el cuerpo registra cada estación vivida.


Una máquina no experimenta la pérdida ni el alivio. Tampoco el dolor de un hombre que vuelve una y otra vez a recordar a su familia quemada, viviendo en una mezcla de esperanza y desolación que jamás se resuelve del todo.


Ese es el punto crucial para mí como terapeuta: por más sofisticada que sea la tecnología, no puede acompañar un alma que sufre desde adentro, porque no encarna, no siente, no envejece, no teme, no desea.


ChatGPT puede apoyar esta idea neoliberal de una vida que uno diseña, de volvernos cada vez más máquina: quitar síntomas para funcionar mejor, producir más, una terapia rápida, funcional, que te “ajuste” para seguir trabajando.

Pero lo humano no funciona así.

Lo humano está hecho de pérdidas, de preguntas abiertas, de dolores que tardan años en acomodarse, de deseos incompletos y de la incertidumbre de no saber hacia dónde vamos.


ChatGPT no tiene cuerpo, y el cuerpo es exactamente lo que somos. Si hay vida después de la muerte, cuando el cuerpo se descompone no tenemos la menor idea de cómo sea. Pero en esta tierra encarnamos en un cuerpo que se deteriora, que se apega a otros, que crea a otros pequeños para continuar la especie, y cuyos apegos hacen que las pérdidas duelan. Todo eso es cuerpo.


Train Dreams me recordó que lo que verdaderamente nos diferencia de la inteligencia artificial es algo tan simple como difícil de aceptar: la fragilidad del cuerpo.


Esa condición finita que nos obliga a sentir, a amar, a perder, a recordar, a sostener el peso del tiempo.


Y, aunque a veces quisiéramos deshacernos de ella, es precisamente esa fragilidad lo que nos vuelve humanos.

 
 
 

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