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El dolor, parte de la condición humana

  • Foto del escritor: Daniela Moscona
    Daniela Moscona
  • 20 ago
  • 3 Min. de lectura

En consulta suelo insistir que no todo dolor es igual. Existe una gran diferencia entre el dolor que nace del esfuerzo —ya sea físico, mental o espiritual— y el dolor que no tiene dirección ni propósito. El primero, aunque incómodo, puede ser fértil; el segundo, en cambio, nos deja atrapados en la sensación de vacío.


Un ejemplo sencillo lo encontramos en el cuerpo: cuando ejercitamos un músculo, sentimos dolor porque las fibras se rompen. Pero sabemos que esa ruptura, a mediano plazo, es condición necesaria para que el músculo crezca más fuerte. Lo mismo ocurre con el alma: ciertos dolores nos atraviesan para reorganizarnos, para fortalecer lo que parecía quebrarse.


El ave fénix: renacer del fuego

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El mito del ave fénix condensa una de las imágenes más poderosas de transformación. Según la tradición, esta criatura vive larguísimas eras hasta que, al agotarse, se enciende en su propio nido y arde por completo. De las cenizas, sin embargo, surge renovada, más joven, lista para comenzar un nuevo ciclo.


Psicológicamente, el arquetipo del fénix representa los procesos de crisis en los que la identidad que teníamos ya no nos sostiene. Los viejos patrones se consumen y, aunque esa experiencia pueda vivirse como devastadora, abre paso a una nueva organización interna. En la terapia, muchas veces las personas llegan justo en ese punto: la vida como la conocían “arde”, y solo en ese despojo puede nacer una versión más integrada de sí mismas.


Kali: la destructora

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Kali encarna el arquetipo del aspecto oscuro y necesario de la transformación: el derrumbe que limpia, la demolición que prepara terreno. En términos psicológicos, es el equivalente a los momentos en que la psique nos obliga a enfrentar verdades incómodas, a soltar lo que ya no es vital, aunque duela. Desde esta mirada, la destrucción no es un fin, sino una condición para el renacimiento.


Meteoritos y la vida en la Tierra


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Werner Herzog, en su documental sobre meteoritos Fireball, muestra un paralelismo fascinante: lo que parece catástrofe en realidad puede ser génesis. Muchos de los cuerpos celestes que golpearon la Tierra en su historia ancestral no fueron el final de la vida, sino detonantes de nuevas condiciones que hicieron posible la biodiversidad.


El impacto, el fuego, la devastación: todos ellos se inscriben en un ciclo más amplio en el que la vida encuen

tra caminos inéditos. De la misma forma, en lo personal y colectivo, los momentos de crisis y cataclismo pueden ser percibidos como pura destrucción, pero vistos en perspectiva son también el inicio de algo que todavía no existe.


Psicología de la transformación: el dolor con sentido


Integrar estas imágenes —el fénix, Kali, los meteoritos— nos ayuda a comprender una verdad fundamental: no todo dolor es señal de fracaso ni de error. A veces el dolor es tránsito, no destino.


En psicología hablamos de procesos de duelo, de crisis vitales, de reorganización de prioridades. Todos implican atravesar pérdidas y desgarros, pero su función es abrir la posibilidad de un nuevo orden interno. Como el músculo que se rompe para fortalecerse, como el fénix que arde para renacer, como Kali que desmantela lo ilusorio, como el meteorito que anuncia no solo muerte, sino también la semilla de nueva vida.


Aceptar el sufrimiento desde esta lógica no significa romantizarlo ni buscarlo por sí mismo, sino reconocer su potencia transformadora. El reto está en aprender a distinguir entre el dolor estéril —ese que nos deja atrapados en repeticiones sin sentido— y el dolor fértil, aquel que, aunque queme, señala un proceso de cambio.


Una invitación a mirar los símbolos


Quizá lo más importante de todo esto no es pensar al fénix, a Kali o a los meteoritos como relatos lejanos, sino como espejos de nuestra propia experiencia. Cada persona, en distintos momentos de su vida, atraviesa incendios, pérdidas o derrumbes. Y es allí donde los símbolos se vuelven aliados: nos permiten darle forma y sentido a lo que de otro modo parecería solo caos.


Eso es lo que hago con mis pacientes, lo que comparto con los psicólogos en mis grupos de supervisión y lo que sucede en los grupos de sueños: mirar los mitos, las imágenes y los arquetipos no como adornos culturales, sino como mapas que nos ayudan a comprender lo que vivimos.


La invitación es a voltear a ver qué símbolos aparecen en tu historia personal. ¿Qué parte de ti está en llamas como el fénix? ¿Qué está desmantelando tu propia Kali? ¿Qué meteoritos han caído en tu vida abriendo espacio a lo inesperado? Allí, en esas imágenes, puede haber claves de comprensión y también caminos de transformación.




 
 
 

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