Una mirada psicológica a La vegetariana, de Han Kang
Cuando alguien decide dejar de comer, está renunciando a algo más que al alimento. Lo veo en mi consulta, lo leo en La vegetariana de Han Kang: detrás de ese "no" al plato de comida se esconde un "no" mucho más profundo a la vida tal como es.
La novela parte de algo simple: una mujer que decide dejar de comer carne. Pero en ese acto tan cotidiano -elegir qué comemos y qué no- Han Kang destapa un pozo de silencios y heridas que me recuerda a tantos pacientes que he visto luchar con la comida. No es sobre la carne, igual que los trastornos alimentarios no son realmente sobre el peso o la imagen. Es sobre todo lo que no podemos digerir de la vida.
Me gusta pensar en esto como un iceberg. Lo que vemos -el rechazo a la comida, la pérdida de peso- es solo la punta que asoma. Bajo el agua se esconde una montaña de preguntas sin respuesta: ¿cómo vivir en un cuerpo que sientes ajeno? ¿Cómo tragarte un mundo que te resulta indigerible?
La protagonista de La vegetariana no solo deja de comer carne: se va retirando del mundo, paso a paso, bocado a bocado. Es un tipo de protesta silenciosa que veo a menudo en terapia. Cuando las palabras no alcanzan para decir "esto me duele", "esto no lo entiendo", el cuerpo encuentra su propia forma de gritar.
A veces pienso que nos quedamos en la superficie cuando hablamos de trastornos alimentarios. Vemos la báscula, contamos calorías, medimos índices de masa corporal. Pero ¿qué hay de ese vacío que ningún alimento puede llenar? ¿De esa hambre que no es de comida sino de sentido?
Detrás de cada persona que deja de comer hay una historia de desconexión: con su cuerpo, con el mundo, consigo misma. Como si el cuerpo fuera un país extranjero donde te obligaron a vivir. Como si dejar de alimentarlo fuera una forma de pedir asilo en algún otro lugar (al menos simbolicamente, lejos de todo lo que pesa y duele.
La vegetariana no nos da respuestas, y quizá esa sea su mayor virtud. Nos recuerda que a veces, en ese plato vacío, en ese "no tengo hambre", se esconde una verdad más profunda: un intento desesperado por encontrar sentido, por reconciliarnos con esta extraña experiencia de existir en un cuerpo, en un mundo que no siempre sabemos habitar.
La lectura literaria es, especialmente para nosotros los terapeutas, un viaje esencial. Cada libro que atravesamos construye un nuevo mapa en nuestro mundo interno, nos puebla de imágenes y metáforas que luego se vuelven brújulas. Es desde esos mapas internos que logramos entender al otro: cuantos más ricos y diversos sean, más posibilidades tendremos de ponerle palabras a aquello que, de otro modo, permanecería en el territorio de lo innombrable.
La vegetariana de Han Kang nos muestra que los problemas de conducta alimentaria y otros actos aparentemente "irracionales" del cuerpo son, en realidad, formas complejas de comunicación. La novela nos recuerda que detrás de cada paciente, de cada historia de dolor o desconexión, hay una narrativa profundamente arraigada que el lenguaje verbal no siempre logra expresar.
La literatura, en su poder de articular lo inefable, se convierte en una aliada en nuestro trabajo: leer historias como la de La vegetariana es como sumergirse en mapas emocionales y simbólicos que nos ofrecen nuevas rutas para entender y acompañar. Nos ayuda a recordar que nuestra labor no solo es escuchar, sino también traducir; conectar los fragmentos de experiencia que cada persona trae, tejiendo con ello puentes de sentido y, en el mejor de los casos, un camino de regreso hacia el cuerpo y la vida.
Así, en mi práctica, la literatura y la psicología se entrelazan, porque ambas buscan, a su manera, desentrañar las complejidades de la experiencia humana. La vegetariana me recuerda que cada historia tiene capas ocultas, y que, a veces, lo más revelador no es lo que se dice, sino lo que se calla. Como terapeutas, nuestra tarea es escuchar esas omisiones y tender la mano a quienes intentan, desesperadamente, hallar una voz para su dolor.
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